DESCUBRE MÉRIDA (Aquel primer «resort» de la Península)
Cuando faltaban 25 años para que naciera Cristo, el emperador Octavio Augusto tuvo una idea brillante y generosa: decidió que sus legionarios veteranos se merecían una divertida ciudad de vacaciones como premio tras las duras guerras cántabras y mandó construir una especie de Marina D’Or del siglo I A. C. justo donde la Vía de la Plata cruzaba el río Guadiana.
Aquel primer «resort» de la Península recibió el nombre de Emerita Augusta y en su construcción no se escatimaron medios: se levantaron dos embalses, Proserpina y Cornalvo, que aún se conservan, para abastecer de agua la ciudad y se construyeron dos acueductos, que también se conservan, para traer ese agua, se edificó un teatro para 6.000 espectadores, un anfiteatro donde cabían 14.000, un circo-hipódromo con graderío para 30.000 aficionados a las carreras… Y templos, y casas, y arcos, y baños, y puentes, y foros…
En la cabecera del puente, la alcazaba árabe, justo donde el puente romano entraba en aquella colonia de vacaciones de 80 hectáreas amuralladas y bien urbanizadas con sus calles pavimentadas, sus alcantarillas, sus diez carreteras hacia Lisboa, Astorga, Itálica o Conimbriga… La Emerita Augusta romana será capital del reino suevo y del visigodo y sede metropolitana de la iglesia española.
Con los árabes, Mérida empezó a perder peso. Son ellos quienes levantan esta alcazaba para prevenir las algaradas cristianas. En 1120, Mérida perdió su capitalidad eclesiástica, que fue a parar a la Compostela del arzobispo Gelmírez.
Mérida volverá a emerger con la llegada del ferrocarril. Después, el Plan Badajoz de regadíos, la industria, la capitalidad autonómica y, en fin, aquella ciudad romana de 60.000 emeritenses, que en el siglo XVIII llegó a contar con tan sólo 2.000 habitantes, vuelve a tener la misma población de hace dos mil años.